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AlPieDeLaLetra

Para qué el apuro, nos dejó dicho…

¿Para qué el apuro, nos dejó dicho Ernesto Sábato, sobre todo si es un apuro que cargamos casi permanentemente? ¿Para llegar a dónde? Al semáforo, y entonces esperar allí, mientras el otro carro que acabamos de rebasar llega al mismo punto, unos segundos después.

Para qué el apuro

En eso andamos muchos, gastando nuestro quantum de vida vertiginosamente. Hay sin embargo, situaciones que no solo requieren velocidad y destreza en simultáneo, especialmente en decisiones y en acciones donde salud o vida pueden verse comprometidas. Sobre el gran autor, también pueden seguir nuestro enlace, en otra entrega:

Hoy no es sábado. Pero leo a Sábato

Ni un minuto…

Pero el flujo de la vida en su cotidianidad no lo requiere y no obstante persistimos en ello. Seguimos sin ni siquiera darle unos minutos al amigo en su visita, acudiendo a su casa por breves segundos, apenas pidiéndole un número telefónico o la dirección de alguien.

Bebiendo el café “…antes de que se enfríe…”, decimos. Aunque se trata de partir cuanto antes, sin obsequiarnos ni los escasos granos de arena de los segundos de vida cayendo sin detenerse, a los pies irrecuperables de nuestra vida…

Una tregua en la carrera

Démonos una brizna mínima aunque sea, contemplando el cigarrón que ronronea en nuestros tulipanes. O escuchando los pichones que pían en su nido de la canal de la casa, en tiempo de verano… Ese apuro por envejecer. Sin entender que los años no se tienen; ni siquiera son los años que nos tiene a nosotros. Son los años que nos faltan. ¿Son pocos? Si nos apuramos así, en vano, serán pocos, te aseguro. ¿O serán más? No lo sabemos, ese es el meollo del asunto, haciendo casi inútil entonces el estrés generado. ¿Para qué el apuro, nos dejó dicho Sábato…

¿Qué haríamos si nos sobrara el tiempo?

El problema es, puedo llamarlo así, la ‘simultaneidad’, una actitud de querer hacer siempre más de una cosa al mismo tiempo: manejar y enviar mensajes Whatsapp, por ejemplo; o pelar papas y responder una llamada; estar en la sala de baño de nuestra casa, sentados, y gritar acerca de medir el aceite al carro, porque “…vi ayer unas gotas en el piso del garaje y me da miedo…”

¿Qué estoy diciendo? No digo más. Mejor que yo y que muchos nos lo dijo Ernesto Sábato, ya viejo, dejando su tiempo de escritor y tomando el de filósofo, en las páginas de su ensayo La Resistencia, publicado por Seix Barral en 2000, llamándonos la atención – ¿para qué el apuro -, de este modo:

“El hombre no se puede mantener humano a esta velocidad, si vive como autómata será aniquilado. La serenidad, una cierta lentitud, es tan inseparable de la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es de las plantas, o del nacimiento de los niños.

Estamos en camino pero no caminando, estamos encima de un vehículo sobre el que nos movemos sin parar, como una gran planchada, o como esas ciudades satélites que dicen que habrá. Ya nada anda a paso de hombre, ¿acaso quién de nosotros camina lentamente? (el punto y aparte que sigue no es de Sábato, es nuestro)

Pero el vértigo no está sólo afuera, lo hemos asimilado a la mente que no para de emitir imágenes, como si ella también hiciese zapping; y, quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no permanezca. Este común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a saltar afuera? Tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el silencio…”

Y el escritor, aconsejándonos como un maestro cierra con esta sentencia: “En el vértigo todo es temible y desaparece el diálogo entre las personas. Lo que nos decimos son más cifras que palabras, contiene más información que novedad.”

(Pp. 122-123)

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