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Crónicas de Santiago (Fragmento)

Hoy, en recuerdo de una de nuestras raíces, de nuestra abuela paterna , Ana, Salkedus publica un fragmento de Crónicas de Santiago, ensayo de nuestra autoría el cual es algo así como una crónica de búsqueda profunda en torno a su autor, hecho desde hace más de siete años por cierto, y que había estado a la espera de algún momento propicio para su publicación.

Como dijimos es apenas un fragmento de un texto más extenso así llamado, que aún espera anhelante, a sus distinguidos lectores.

Un Universo gris

¿Qué consuelo nos queda a algunos? Y me vi, luego de una ráfaga de luz vieja pero viva, de cuando niño, hablando con mi abuela, ella desde sus hermosísimos ojos grises opacos de sus años de mar quieto diciéndome, palabras más, palabras menos:

“…en el origen del mundo siempre tuvo que haber una mano poderosa para dar comienzo a todo; si no, ni Universo ni nada. Esas cosas raras de ahora, de una explosión que hace que todo empiece… Si todo empezó así, de todos modos… de todos modos, (repitió para pensar), de todos modos ¿quién hizo que la explosión explotará? ¿Qué había antes de la fulana explosión? ¿Cómo principió? ….”

Y la vi enorme, más alta que todo, con su vestido gris de medio luto eterno, de pie, al lado de su gran armario misterioso, de caoba, lleno de antiquísimos secretos y recuerdos murmurantes. Enorme eran sus comentarios. Hacía ella la pregunta última de la filosofía trascendental, la máxima pregunta posible para la humanidad, para la ontología: ¿por qué hay algo en vez de no haber nada? Vuelva sobre eso amigo, usted que dice saber tanto.

“El Universo estaba (o está aún) en su armario inmóvil, adherido al suelo gris brillante de tanto kerosén, con huequitos horadados por el tiempo.

Las palabras como duendes escapan de mi control otra vez llevándome a considerar si eso del suelo gris, siempre gris, el tiempo y los huecos, son una metáfora de los agujeros negros, el espacio, el tiempo y el firmamento, Universo gris, metáfora escrita, decía yo, por la humilde mano de quién sabe quién, un obrero olvidado ya; o por el abuelo mismo (Jorge), transformado, “tirando” aquel piso, tal vez transfigurado él, sin saberlo nadie; ni él siquiera, vuelto simple instrumento del Grande, del dios de mil nombres. ¿Y si no fue así? ¿Y si sí?

“Una metáfora a ser descifrada por uno de sus nietos, trastumbando éste sus batallas desconocidas o negadas. Una metáfora aguardando años desde la paciencia de lo que siempre habrá de ocurrir, revelada a éste desde el pretérito por sus dos abuelos, encontrándose en la misma línea del tiempo, habiendo partido desde distintos puntos de un siempre que nos mantiene cautivos disfrazándose a ratos de pasado, a ratos de sueños, a ratos de presente, a ratos de lucha. El abuelo haciendo, la abuela hablando.

El Universo estaría en la cabeza de la abuela, su cabeza de setenta años en aquel entonces claro, pensativa quién sabe si sí o si no, haciendo arepas, otra metáfora del Universo, y viéndolas nacer de sus manos rápidas. O el Universo no era una cosa tangible concreta, era su vida misma criando muchachos uno tras otro, qué sé yo si pensaba o no al final de sus infinitas jornadas, acerca de lo trascendente.

De dónde vienes y hacia dónde vas…

“Otras trascendencias vi yo desde ella… ¿desde ella? ¿No quedamos en que no se podía insuflar desde fuera el candor del cual hablamos? La chispa la tenía yo. Si no, hablásemos lo que hablásemos, nada hubiese yo obtenido. Ni siquiera la escena, con su magia y su cortina amarillenta en la ventana, sería recordada hoy. Otra vez el vampiro olvidadizo. O recordador. Es lo mismo. La escena no existió, pues nadie la registró, nadie oyó el diálogo abuela-nieto, nadie pudo nunca dar testimonio. Tú lo estás dando. Pero no lo creen. Verdad, al tú referirlo, se encogerán de hombros.

Me habló de los apellidos, en medio de mi pregunta sobre la procedencia de los que nos tocaron a nosotros como familia. No solamente se hereda el apellido, también la vida, la forma de vivir quiso decirme cuando vio mis ojos pelaos y viendo a ninguna parte. Es difícil para alguien hacerse novio o casarse con quien nunca se ha encontrado, me dijo. Si vives en el campo, tu novia será del campo; o del barrio si es allí donde vives y andas; y si eres de donde hay las casas finas y lujosas, tal vez casi seguro tu novia será de allá también porque ¿cómo se encontrarían si van por distintos cauces, si nadan distintas aguas?

“Para salir de un río y echarse a nadar en otro hay que dejarse secar primero. ¿Y volverse a mojar? No entiendo. O sea, salirse, pasar mucho tiempo fuera de esa agua, irse a estudiar lejos, irse a viajes de trabajo, conocer gente de otra parte que tenga negocio o que tenga recursos. Y prepararse trabajando o estudiando para salir de donde se ha vivido y empezar a vivir entre otros. Sin dejar de querer lo de uno, pero hay que irse. Si no, heredas las mismas aguas.

El río moja. Pero luego debes secarte tú mismo…

Ajá, pero entonces, ¿dónde queda la familia? Queda en todas partes. Porque uno nunca puede secar completamente las aguas en donde ha nacido. Uno trabaja y trabaja, pero siempre con la misma ropita. Porque según lo que hagas, va el nivel. Ya lo entenderás.

Hay que salir, ya lo entenderás. Un día conmigo hablando me lo formuló en esos suaves términos desde su voz grave y atonal. ¿Tú qué estudiarás? Nada. ¡Muchacho, qué dices! Seré, seré… un señor ahí, común, yendo y viniendo de aquí para allá. Su mirada me hizo callar.

Desde lo profundo de la lucidez…

A su armario misterioso se fue un día invitándome. Ascendimos en magia por los entrepaños interiores, contándome la historia de un caimán del Neverí. El Neverí es un río. Corrijo, era. A ti te gustan los cuentos de río, abuela. Bueno, no es río ya. Tampoco era un cuento lo que te dije la otra vez. Ahora es un cauce, una madre vieja. Era un río. Se secó. Un río, del cual no me río porque murió. Pero échame el cuento abuela. Ya vamos tan alto.

—“Sucedió una vez que había un caimán grande que se había adueñado de las orillas del río, en un tramo no tan cercano al pueblo, tampoco tan allá.

—¿Ese caimán tenia nombre, abuela?

—No. Ese caimán ya no estaba dejando pescar ni tampoco bañarse a nadie. En el Neverí había pesca. Y entraban botes. No como ahora, un barco de papel encallaría. Vino un señor desde la vega del Neverí…

—¿Cómo es eso, no entiendo, no estábamos en el Neverí?

—Sí, pero hay Neverí río y Neverí sector, o sea, las tierras alrededor o cercanas. Cuando se dice ‘el Neverí’, es el río; cuando se dice ‘Neverí’, son las tierras, los conucos, las finquitas, los campos de por ahí. Vino un señor y cuando apareció el caimán en el río, los muchachos empezaron a gritar: ¡caimán, caimán! Y el señor se tiró al agua y lo enfrentó. ¡Peleó con el caimán!

—¿En el agua?

—No te estoy diciendo, muchacho. Pero el señor sabía un truco —agregó la abuela.

—¿Cómo un truco, abuela? Mira que ya estamos altos, en tu mundo.

—El señor conocía de caimanes, los cazaba para quitarles la cola, salarla y venderla como bacalao. Es que hay un bacalao que viene en cajita blanca, envasado desde Noruega. ¡La gente cree, ja, ja, ja! Cuando está chiquito es mejor, la carne es blanca y suave y se usa para engañar al comprador, qué digo, se usa para hacer el cuajao de Semana Santa.

—¡Uy, eso no me gusta a mí!

—¡Pero muchacho, la Semana Santa es bonita!

—No, abuela, yo decía el cuajao.

—También se dice o se escribe cuajado. Y también se hace con morrocoy.

—¡Menos me gusta, menos comeré!

—“¡Caimán, caimán, volví a escuchar los gritos de los muchachos! El señor llevaba un palo de guayabo, más duro que el hierro. Cuando el caimán abrió la boca le atravesó el palo en la jeta al caimán y como el caimán no podía cerrar la boca, el señor le metió la mano…

—¿En la boca?; ¿en la boca al caimán? —preguntó el niño.

—Sí. Y le empujó el tapón y el caimán se ahogó…

—¿Cómo? ¿Tan fácil? ¿Qué tapón es ése? —volvió a preguntar.

—Los caimanes tienen un tapón atrás de la boca que si uno se lo empuja no pueden respirar y se ahogan —le respondió la abuela.

—Sí será para no porfiarle. Me dijo Rafucho que sabe mucho que me salió en verso, que esos animales tienen una cosa que se llama ‘no sé qué…’. Yo preguntaré eso.

—¿No me crees, muchacho?

—Eso es como el cuento de la lucha de la culebra de agua con el toro. Más que dudoso. O como el de la culebra tragavenados que se tragó un venado y los cachos le quedaron fuera de la boca, como las antenas de un televisor de los de antes. Más que incoherente. La pobre serpiente tendría que haber comenzado a engullirlo por las patas traseras, lo cual jamás hace ninguna culebra.

Antes de continuar pueden ir a un enlace acerca del rio, en https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Never%C3%AD

—Entonces en Semana Santa aquí se come cuajao de culebra.

—De culebra no, de bacalao-caimán y de morrocoy —dijo la abuela mirándolo tras sus ojos azulosos entrecerrados, de Universo gris, ya lejana…

—Cuéntame a ver si lo pruebo algún día.

—Lleva ruedas de papa sancochada y tajadas fritas de plátano maduro; pero antes se hace un guiso con el pescado, que lleva pasitas, ají dulce, cebollas, pimentón, ajo, alcaparras. Todo cortado pequeñito y se le pone al pescado y se pone a cocinar con aceite y sal.

—Eso sí huele maluco, abuela.

—Se le echan aceitunas y cuando está, se deja enfriar. En una tortera se ponen las capas de papa y de tajadas y se va echando el guiso. Capa de guiso, capa de papa, capa de tajada. Y rebanadas de huevo sancochado.

—Ya salió ésta —murmuró el niño.

—¿Qué, no te gusta? ¡Muchacho! A eso hay que irle poniendo huevos crudos batidos, bien batidos con la paleta, para que se una todo y por eso es que se llama cuajao, porque los huevos se cuajan al cocinarse y todo queda firme y bonito. Como una torta salada.

—Abuela, esto se pegó, se me formó un desastre.

—¡Claro, hijo, si no le echaste antes margarina a la tortera…!

—¡Usted no me dijo eso…!

Entró luz al armario. Vi una luz. Veo mejor. Luz, lucidez. Sigo buscando ser mejor. Ya llegamos.

Dejo el hogar y a mis ancestros

Deberás sentir lo que tú sientes de veras, y no lo que te han enseñado a sentir. ¿Es posible diferenciar eso? Suelta tus prejuicios, inténtalo; tus esquemas y tu crianza y tu educación. Eso es el morir y el nacer de nuevo. Comes con cubierto porque te enseñaron. Lo tenido por naturaleza versus lo tenido por crianza… y lo que tenemos – sin saberlo – espontáneo, genuino y espiritual, que saldrá o no, allí en Santiago; o en cualquier parte. Santiago es la excusa…”

Para continuar…

Más o menos hasta aquí el fragmento. Pero Crónicas de Santiago va
más allá y siguen otras páginas, dado que se trata de una biografía – ¿de quién? – contada como ensayo o crónica, incluyendo el pasado y el presente, donde casi todo lo narrado ocurrió en realidad.

Hechos concretos de una historia vital, pero no obstante permiten a la imaginación, a los deseos y a los sueños del autor, y del lector, emprender este viaje intimo, llegando hasta el futuro, inclusive. O mejor, llegando hasta el presente, pues cuando se viaja en búsquedas esotéricas se llega lejos, y el tiempo se funde, cayendo como una gota de miel, desde los labios de un goloso bebé.

Y la administración electrónica y puesta al día del blog pertenecen al ingeniero JM Salcedo Terán, compartiendo ambos intereses estéticos y de tecnología.

Otra de las muchas entregas del blog a la que invitamos es https://salkedus.com/silva-criolla-a-proposito-de-la-sequia/

Jota Eme Salcedo Picón

Mérida, Venezuela, en días del año 2014

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