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Saramago, de las letras mágicas nos contó…

José Saramago (1922-2010), ver:    Todos los nombres me suenan a Saramago escritor portugués a quien debemos reconocer su capacidad de sorprendernos, de su imaginación y de sus letras mágicas nos contó una vez, no ahora sino en 1986, fecha de la primera publicación de esta novela portentosa e infinita llamada La Balsa de Piedra, que un día, un mal día, una parte del continente europeo, una parte física y tangible, se desprendió del resto de la masa continental, ¡zambomba! Y así desprendida vagó flotante por los mares…

Una balsa perdida como un país

En el comienzo de este gran relato, del cual desde Salkedus citamos una pequeña parte, como invitación para ustedes a la lectura del todo, podemos ver:

“En la historia de los ríos nunca aconteció un caso tal, estar pasando el agua en su eterno pasar y de repente deja de pasar, como grifo súbitamente cerrado, por ejemplo, alguien está lavándose las manos en una bacía, quita el tapón del fondo, cierra el grifo, el agua se va sumiendo, baja, desaparece, lo que queda en la concha esmaltada pronto se evaporará. Explicándolo con palabras más propias, el agua del Irati se retiró como ola que de la playa refluye y se aleja, el lecho del río quedó a la vista, piedras, lodo, limo, peces que saltando boquean y mueren, el súbito silencio.»

El río había desaparecido

«Los ingenieros no estaban en el lugar cuando ocurrió el increíble hecho, pero se apercibieron que algo anormal había ocurrido, los paneles, en los bancos de observación, indicaron que el río dejó de alimentar la gran bacía acuática. En un jeep fueron tres técnicos a averiguar el asombroso suceso, y, de camino, por la margen del embalse, examinaron las más diversas hipótesis posibles, no les faltó tiempo para eso en casi cinco kilómetros, y una de esas hipótesis era que un desprendimiento o corrimiento de tierras en la montaña hubiese desviado el curso del río, otra que fuese obra de los franceses, perfidia gala, pese al acuerdo bilateral sobre aguas fluviales y sus aprovechamientos hidroeléctricos, otra, y ésta la más radical de todas, que se hubiese agotado el manantial, la fuente, el hontanar, la eternidad que parecía ser y finalmente no era. En este punto se dividían las opiniones. Uno de los ingenieros, hombre sosegado, de la especie contemplativa, y que apreciaba la vida en Orbaiceta, temía que lo mandasen lejos, los otros se frotaban las manos de contento, a ver si los llevaban a uno de los embalses del Tajo, más cerca de Madrid, y de la Gran Vía. Debatiendo estas ansiedades personales llegaron al punto extremo del embalse, donde era el desaguadero, y el río no estaba allí, sólo un menguado hilillo de agua que aún rezumaba de las tierras blandas, un borboteo de agua cenagosa que no tendría fuerza ni para mover una aceña.”

José Saramago, La Balsa de Piedra, Buenos Aires,  editorial Suma de Letras, 2005, pp. 28-29.

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