Todos los nombres
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Todos los nombres me suenan a Saramago

todos los nombres

“Las aulas se sucedían unas a otras a lo largo de los pasillos que daban la vuelta al colegio, se respiraba por todas partes el olor de la tiza, casi tan antiguo como el de los cuerpos, hay quien dice que Dios antes de amasar el barro con que después fabricó al hombre y la mujer, comenzó dibujándolos con una tiza en la superficie de la primera noche, de ahí nos vino la única certeza que tenemos, la de que fuimos, somos y seremos polvo, y que en una noche tan profunda como aquélla nos perderemos.”

Un dios creando

Complacencia imaginando a un dios, o a Dios, haciendo de enseñante, maestro o profesor, tiza en mano ante lo infinito – aunque nunca más infinito que Él – pero no enseñando; a quién iba a enseñar, si aún no había nadie en los comienzos del tiempo. No enseñaba. Deducimos que creaba mundos a troche y moche, ante el olvido de las memorias; o ante la memoria de los olvidos. O bajo un irrestricto orden divino y jamás descifrado por los humanos. El fragmento de seis líneas es enorme. Enorme de sentido. Profuso de contenido. Los felicito. Lo han leído. Como quien oye una melodía de Chopin o Ravel.

La historia de un simplón solitario

Además de contarnos una gran historia, como todas las que pudo entregarnos a lo largo de su fructífera y literaria vida, José Saramago nos brindó, hace muchos años ya, esta imprescindible y verosímil novela llamada Todos Los Nombres, donde el autor aunque portugués ya universal, nos sale con semejante relato,  el de un insulso individuo, un pobre diablo, un pobre pendejo de protagonista, se diría,  más solo que la campanada de la una, que no llegó a hacer otra cosa en la vida sino acudir a su trabajo todos los días sin tacha alguna, sin amores, sin pareja, sin compañía, sin amistades, sin sexo…

Apenas coleccionista absurdo de recortes de periódicos acerca de grandes personajes. Pero qué historia puede narrarse desde allí. ¡Pues ninguna! Las vidas grises y planas no tienen nada qué contar, languideciendo en rutina y monotonía, sin remedio. Hasta que Saramago las rescata desde las hojas, los infinitos folios del Registro Nacional donde este simplón de don José (así se llama este hombre) trabaja. Y entonces surge de entre los archivos, la ficha de la mujer desconocida… Y comienza otra novela saramagiana.

Ahora acérquense a la novela completa, acérquense al insomnio de don José, al no poder hallar aquella mujer…

José Saramago: Todos los Nombres, p. 120. Madrid, 2002, Ediciones Suma de Letras. La foto es de esta edición y el carrito rojo que uso como marcalibro es de foami, hecho por Juancarlos cuando asistía al preescolar. Uno de mis tesoros guardados.

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