PorElCaminodeSwann
AlPieDeLaLetra

“Marcelito, ¡hágame una descripción que llegue profundo!

Marcelito, ¡hágame una descripción que llegue profundo!», decimos imaginando a uno de los maestros de primeras letras de Marcel Proust, ordenándole en clases hiciera una descripción… O sea, hablo de Marcel Proust, escritor francés nacido en París en 1871 y aunque muerto ya desde 1922, siempre vivo a través de la acuarela de su palabra plasmada en uno de los más bellos retablos escritos: En busca del tiempo perdido.

Campiña para el escritor

Quien estas líneas escribe ignora quién produjo a quién, si la campiña al escritor o éste a aquélla, pues aunque la respuesta pudiera saltar obvia – asaltarnos con su violencia lógica y gramatical – hemos visto también cómo la palabra es creadora del mismo modo. Un poeta es en realidad, el creador de un mundo… ¿No? Vayan a la etimología y verán que la palabra que lo designa, poeta, viene de poiesis y ésta de poieo, el verbo HACER. ¿No? Entonces repasen la sentencia bíblica: “Hágase la luz; y la luz se hizo”, Génesis 1:3.

Busqué entonces a alguien sensible y dispuesto a calmar u olvidar el estrés, dispuesto a esas partes de la vida no muy visitadas últimamente, alguien que sepa darse un tiempito esperando la llegada al nido de algún pájaro, viendo traer éste a sus pichones, el suculento insecto para incrementar su piar desesperado e instintivo. Entonces le leí el fragmento que hoy ustedes leen, desde alguna página del primer libro (capítulo) llamado: Por el camino de Swann.

PorElCaminodeSwann3
En lo alto de las ramas…

“En lo alto de las ramas, como otros tantos tiestecillos de rosales revestidos de papel picado, de esos que en las fiestas mayores adornaban el altar con sus delgados husos, pululaban mil capullitos de tono más pálido, que,

Ágatas sangrientas…

«…entreabriéndose, dejaban ver, como en el fondo de una copa de mármol rosa, ágatas sangrientas, y delataban aún más claramente que las flores la esencia particular e irresistible del espino, que dondequiera que eche brote o florezca, no sabía hacerlo más que con color de rosa. Intercalado en el seto, pero diferenciándose de él, como una jovencita en traje de fiesta entre personas desaseadas que se quedarán en casa, ya preparado para el mes de María, del que parecía estar participando, brillaba sonriente, con su fresco vestido rosa, el arbusto católico y delicioso.

El seto dejaba ver…

«El seto dejaba ver en el interior del parque un paseo que tenía a los lados jazmines, pensamientos y verbenas entremezcladas con alhelíes que abrían su fresca boca, de un rosa fragante y pasado como cuero de Córdoba; en la arena del centro del paseo una manga de riego, pintada de verde, iba serpenteando, y en los sitios donde tenía agujeros lanzaba por encima de las flores, cuyo aroma impregnaba con su frescura, el abanico vertical y prismático de sus gotillas multicolores.”

Puedes leer en otra entrega de Salkedus: Ser y tiempo, desde Proust

Deja una respuesta