¿No es como para volverse loco recibir una carta anónima exigiendo nuestro propio suicidio, el cual deberemos ejecutar en determinado plazo, perentorio por cierto? De lo contrario, diría la nefasta carta, familiares sufrirán algo terrible. Y la carta nos haría responsables de tal tragedia. O en todo caso, el negarnos a cumplir con semejante chantaje sería condenarlos a la más abyecta de las muertes.
Y la carta explicaría ser, una venganza por un daño, o supuesto daño, infligido alguna vez por nosotros al cruel personaje firmante o remitente. Y a continuación la carta nos presentaría una lista con nombres y dirección de cada uno de nuestros seres más queridos, demostrando la fuerza y certeza de su amenaza. ¡Una carta anónima exigiendo nuestro propio suicidio!
Salkedus les dice acerca de una de las mejores novelas del escritor John Katzenbach, El Psicoanalista, publicada por vez primera en 2002 y ambientada en New York, más exactamente Manhattan.
Una lucha terrible y desigual libra el psiquiatra, personaje principal, contra este enemigo poderoso y letal que en el mero inicio del relato ataca enviando a la sobrina de éste, apenas una niña escolar, una serie de fotografías del más explícito y abyecto sexo, pornografía que deja en su locker, en la escuela.
Sobre otras novelas del gran suspenso ir a: Las primeras líneas de la Historia del Loco…
Un psiquiatra que no quiere enloquecer
El relato, constituyendo un drama suspenso de la mayor tensión, impide a cualquier lector, despegarse de él, una vez iniciada la lectura que entreteje la lucha de Frederick Starks, el médico protagonista, ante semejante desafío. Y para colmo de males, el anónimo enemigo le demuestra conocer su vida, su rutina diaria, al mínimo detalle. El libro línea a línea (…como para volverse loco) deja muy atrás cualquier thriller de suspenso, haciendo ver al lector el foso oscuro y profundo donde se halla el desesperado psiquiatra.
Para saber sobre el género llamado thriller: https://www.ecured.cu/Thriller_(g%C3%A9nero_literario_y_cinematogr%C3%A1fico)
Como muestra les dejamos desde Salkedus, como en otras ocasiones, un breve de la novela. Con solo un clic estarán en medio del apartamento del pobre Starks, sin poder ayudarlo, claro:
“Ricky (Ricky es el médico protagonista de la trama) se agachó un poco a pesar de que no tocaba el techo, impulsado por el ambiente cerrado. Se acercó a su trastero con la llave en la mano. Pero el candado estaba abierto. Colgaba del cerrojo como un adorno olvidado en un árbol de Navidad. Lo observó más de cerca y vio que lo habían reventado. Retrocedió un paso, sorprendido, como si una rata hubiera pasado corriendo frente a él. Su primer impulso fue dar media vuelta y correr; el segundo, avanzar. Fue lo que hizo (punto y aparte nuestro).
Quedar sin nada, perderlo casi todo
Abrió la puerta de tela metálica y vio lo que había ido a buscar, la caja que contenía el ordenador de su mujer no estaba allí. Se adentró más en el trastero. Su cuerpo tapaba en parte la luz, así que sólo unas franjas afiladas de iluminación horadaban el espacio. Echó un vistazo alrededor y vio que faltaba otra cosa: un archivador plástico donde guardaba sus ejemplares de las declaraciones de la renta. El resto de las cosas parecía intacto, si eso servía de algo. Prácticamente paralizado por una sensación abrumadora de derrota, regresó al ascensor.
De vuelta a la luz del día y al aire más puro, y fuera de la suciedad y el polvo de los recuerdos almacenados abajo, empezó a pensar en el impacto que podrían tener el ordenador y las declaraciones de renta desaparecidos. « ¿Qué me han robado?» se preguntó. Y se estremeció al responderse: «Es probable que todo.» Las declaraciones de la renta desaparecidas le provocaron una sensación horrible.”
Y más adelante…
“Notó que le temblaban las manos y se preparó un café. La infusión no sirvió demasiado para tranquilizarlo. Intentó relajarse con unos ejercicios de respiración profunda, pero sólo le redujeron el ritmo cardíaco. La rabia le invadía el cuerpo como si fuera capaz de alcanzar hasta el último órgano y oprimirlo. Tenía la cabeza a punto de estallar y se sentía atrapado dentro del apartamento que antes consideraba su hogar. El sudor le resbalaba por las axilas, la frente le ardía y tenía la garganta seca y rasposa.
Debió de estar sentado a la mesa, inmóvil por fuera y revuelto por dentro, durante horas, casi en trance, incapaz de imaginar su próximo paso. Sabía que tenía que hacer planes, tomar decisiones y actuar en determinadas direcciones, pero no obtener una respuesta cuando la esperaba lo había paralizado. Le pareció que apenas podía moverse, como si de repente todas sus articulaciones se hubiesen paralizado y no estuvieran dispuestas a obedecer órdenes…”
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