AlPieDeLaLetra

Veo el otoño, pero no veo al patriarca…

Y siguiendo en esta extraña y a la vez muy propia honda que llevamos, con las dictaduras en América Latina, hoy hemos de hablar de El Otoño del Patriarca, novela, novelísima escrita por García Márquez, el escritor colombiano tal vez más importante en todos los tiempos, publicada por vez primera en 1975. Una de las grandes del llamado boom latinoamericano o explosión de fama y calidad que en todo el mundo tuvo la novela latinoamericana por allá por los años setenta. Pero también una de las cuatro o cinco novelas expresamente escritas para crear y recrear el incomprensible y oscuro fenómeno de las dictaduras en el subcontinente.

Sucedió que por esa década, si mis neuronas no traicionan, tres o cuatro escritores latinoamericanos en París viviendo (algunos exilados), acordaron escribir cada uno una novela sobre las dictaduras, sus dictaduras, o sea, el monstruito – el mostrico diría un niño – que cargamos en nuestro morral los latinoamericanos, saliéndose cada tanto tiempo en sus diversas expresiones de tiranía, autocracia, usurpación, reelecciones infinitas, períodos eternos y mucho más. Y hoy día nosotros lectores, merced a los escritores ¿y a ellos, los dictadores?, contamos entonces con el lujo de poder ver desde dentro, desde su vida y su contexto histórico, sus persecuciones y represiones, sus torturas; y por qué no su obra realizada que de hecho la hizo cada uno en su país, sin negarlo, a aquellos sanguinarios y a veces desalmados autócratas…

Así tenemos hoy, sin contar claros antecedentes muy anteriores, a: La Fiesta del Chivo, Yo El Supremo, El Señor Presidente y El Recurso del Método, y El Otoño del Patriarca, escritas respectivamente por Mario Vargas llosa, Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez.

Desde ese umbral cruzado por la historia y el arte de las letras al mismo tiempo, me encuentro con notorias semejanzas entre las épocas, los protagonistas y sus epígonos, sus dislates y sus formas de permanecer dentro del poder, ni siquiera dentro de ellos, pues fuera de sí mismos se tornan cuando el objeto no es la gente sino el poder, como fetiche, como única forma de vida para ellos.

Hoy finalmente, sin ver al patriarca – ni siquiera jefe es – pero sí su otoño, les dejo en manos de Gabo para un encuentro con el monstruito. De nuevo, pero con el oro puro del realismo mágico que el escritor en forma excelente pudo extraer… Créanme, con (y por) este fragmento no sufrirán persecución ni Ramo Verde alguno:

“…un reducto mortífero donde no entraban las patrullas de la guardia nacional porque las dejaban encueros y desarmaban los coches en sus piezas originales con un solo pase de manos, donde los pobres burros perdidos entraban caminando por un extremo de la calle y salían por el otro en un saco de huesos, se comían asados a los hijos de los ricos mi general, los vendían en el mercado convertidos en longanizas, imagínese, pues allí había nacido y allí vivía Manuela Sánchez de mi mala suerte, una caléndula de muladar cuya belleza inverosímil era el asombro de la patria mi general, y él se sintió tan intrigado con la revelación que si todo eso es verdad como ustedes dicen no sólo la recibo en audiencia especial sino que bailo con ella el primer vals, qué carajo, que lo escriban en los periódicos, ordenó, esas vainas les encantan a los pobres. Sin embargo, la noche después de la audiencia, mientras jugaban al dominó, le comentó con una amargura cierta al general Rodrigo de Aguilar que la reina de los pobres no valía ni el trabajo de bailar con ella, que era tan ordinaria como tantas Manuelas Sánchez de barriada con su traje de ninfa de volantes de muselina y la corona dorada con joyas de artificio y una rosa en la mano bajo la vigilancia de una madre que la cuidaba como si fuera de oro, así que él le había concedido todo cuanto quería que no era más que la luz eléctrica y el agua corriente para su barrio de las peleas de perro, pero advirtió que era la última vez que recibo una misión de súplicas, qué carajo, no vuelvo a hablar con pobres, dijo, sin terminar la partida, dio un portazo, se fue, oyó los golpes de metal de las ocho, les puso el pienso a las vacas en los establos, hizo subir las bostas de boñiga, revisó la casa completa mientras comía caminando con el plato en la mano, comía carne guisada con frijoles, arroz blanco y tajadas de plátano verde, contó los centinelas desde el portón de entrada hasta los dormitorios, estaban completos y en su puesto, catorce, vio el resto de su guardia personal jugando dominó en el retén del primer patio, vio los leprosos acostados entre los rosales, los paralíticos en las escaleras, eran las nueve, puso en una ventana el plato de comida sin terminar y se encontró manoteando en la atmósfera de fango de las barracas de las concubinas que dormían hasta tres con sus sietemesinos en una misma cama, se acaballó sobre un montón oloroso a guiso de ayer y apartó para acá dos cabezas y para allá seis piernas y tres brazos sin preguntarse si alguna vez sabría quién era quién ni cuál fue la que al fin lo amamantó sin despertar, sin soñar con él, ni de quién había sido la voz que murmuró dormida desde otra cama…”

La cita es de la edición en PDF disponible en Wiki, en sus páginas 47 y 48. Los cortes bruscos al inicio y al final de la selección hecha, son responsabilidad de Gabo y su manía de escribir sin puntos y aparte.

 

 

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