Ireneo Funes, el personaje principal del cuento “Funes, el Memorioso”, del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1996), publicado en 1944 en el volumen llamado Artificios, que incluye muchas otras maravillas, relata la historia de un joven que en un mal día cayó de un caballo desbocado, rodando aparatosamente por el suelo y quedando inconsciente por varios días.
Al despertar supo el pobre que había quedado tullido, postrado para siempre en su catre de su rancho perdido y humilde.
Pero supo también, no sé bajo qué condiciones terribles obtuvo ese saber, supo, les decía, que merced al porrazo en su cabeza, si es que fue uno y no varios los recibidos, había adquirido una memoria anormal, infinita, terrible y prodigiosa, la cual como monstruo insaciable, le requería más y más recuerdos, más y más conocimiento…
Ventajas de no poder caminar…
Se percató de que su tullidez, así creyó, había sido “un precio muy bajo” por la adquisición de semejante capacidad. Entonces entretenía su aburrimiento de lisiado perenne contando arrugas y rostros, guardando sus detalles, comparando nubes, aprendiendo lenguas nuevas, archivando su niñez – los recuerdos – en su exigente mente sin fin… Recordar era para él, como crear o recrear. Doy la palabra a Borges, el autor de semejantes hechos, imaginarios o reales, recordados u olvidados. Él sí sabría decirnos al respecto:
“Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. (punto y aparte de Salkedus).
Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: «Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo». Y también: «Mis sueños son como la vigilia de ustedes». Y también, hacia el alba: «Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras». Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.”
¿Olvidar leer el relato? ¡Nunca!! Relájense y vayan a la edición impresa de Emecé Editores, Obras Completas del autor, Buenos Aires, 1974. O más fácil aún, descarguen el PDF. No lo olviden, sean como Funes, jeje.