Salkedus Hora de las brujas
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La Hora de las Brujas

La Hora de las Brujas es el título de una novela de la escritora de EEUU, Anne Rice, nacida en 1941 en Nuevo Orleans, lugar donde se ambienta buena parte de la gótica trama de la obra, ciudad de cuyas minucias es muy prolija la obra.

Las Brujas Mayfair

Aunque la narrativa de esta escritora es ubicada en el género de terror, su pluma abigarrada se deja leer gustosamente, no solo en el entretejido de los personajes centrales – unas tales brujas de Mayfair; o de apellido Mayfair; o Michael Curry, el ahogado redivivo –  sino por los ambientes neorleanos (valga el arbitrario gentilicio usado aquí), excelentemente descritos y capaces de ubicar en los escenarios a cualquier lector, por muy poco imaginativo que sea.

La novela entreteje una línea genealógica de mujeres, de mujeres brujas, Stella, Antha, Deirdre y Rowan, bisabuela, abuela, madre e hija, con sus respectivas tías, todas ellas extrañas y de vida sórdida, con el elemento común de brujería y, además, el de poder ver al extraño hombre vestido siempre de oscuro, al ‘señor’; a ‘su señor’, el propio Lucifer, apareciéndose alrededor o cerca de ellas. Todas, bañadas por un barniz de suicidio, de asesinato, de locura o de algún poder especial, como el de Rowan, el de matar a voluntad con solo desearlo, si se presentara algún atacante.

Sin prejuicios

Pero calma, no se dejen tomar por el prejuicio con el que solemos mirar estos bestseller de terror. Cada una de sus líneas provoca inevitables ganas de seguir leyendo, alguna de las cuales les trae hoy Salkedus, el blog para la buena lectura, como ejemplo y aperitivo para animarse a llegar cerca de la vetusta casa de las Mayfair, de abandonados patios y polvorientos corredores.

No siempre lo comercial es malo. Vamos con nuestro gusto literario a estas líneas siguen:

“Allí se alzaban las mansiones más ricas y antiguas de la ciudad, adormecidas detrás de sus robles gigantescos y jardines extensos. Caminaba en silencio por las viejas aceras de ladrillos, con las manos en los bolsillos, silbando y pensando que alguna vez él también tendría una mansión aquí, una casa con columnas blancas en la fachada y senderos de lajas, un piano imponente como los que podía ver por los grandes ventanales, cortinas de encaje y arañas. Y leería a Dickens todo el día en una biblioteca fresca, con estanterías llenas de libros hasta el techo, y azaleas encarnadas dormitando detrás de las ventanas. (….)

Había una casa sombría que ella amaba con locura y que él nunca olvidaría, una siniestra casa colonial con una enorme buganvilla que trepaba sobre sus porches laterales. A menudo, cuando pasaban por allí, Michael veía a un hombre extraño y solitario entre los altos arbustos enmarañados, al fondo del descuidado jardín. Parecía perdido entre todo aquel verdor desordenado y salvaje, confundido hasta tal punto con el oscuro follaje que posiblemente ningún otro transeúnte se hubiera percatado de su presencia.”

Fragmento tomado de la edición impresa de la novela, por Ediciones Byblos, 2005, Barcelona. Pp. 58 y 59.

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