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La Hora de las Brujas (2)

En nuestra entrega del seis de enero del presente nos habíamos topado con Anne Rice, la autora de La Hora de las Brujas, entre otras novelas. Hoy Salkedus desea incitarles a la lectura de su intrincada trama, llena de personajes pasando entre la genealogía de unas poderosas brujas cuya estirpe data del siglo XVII.

Bruxología

Los hechos se narran saltándose las líneas del tiempo, manteniendo al lector atento para que éste las engrane conforme se le presentan. Salkedus, lector muy activo, ha llenado los márgenes de la versión impresa suya, con notas y llamadas para ayudarse a tejer la parentela y el poder de la familia, donde casi al final logran darse los encuentros centrales cuidadosamente calculados de la saga. Y una generosa parte de ésta se ofrece en estilo epistolar o desde viejos informes acerca de las Mayfair y que uno de los personajes, experto en ‘bruxología’ [1] va leyendo, metiendo a quien lee en un apremio de acción y espera simultáneos.

Pero la autora de tarde en tarde también nos pone a descansar de semejante fragor, ofreciendo excelentes descripciones, sobre todo de escenarios alrededor de la mansión en Nueva Orleans, donde moran las brujas en el siglo XX, a donde llega la trama. Una de éstas es:

La casa, esa extraña casa…

«El cielo parecía un espejo brillante, blando y tornasolado, que viraba del violeta al dorado e iluminaba con todo su esplendor y belleza el extremo de la columna de la segunda galería y, debajo de la cornisa, una buganvilla que caía lujuriosa desde el techo. Michael logró ver, incluso con la casi extinguida luz del crepúsculo, los capullos púrpura, así como las rosas de hierro de la verja. Se imaginó los capiteles de las columnas, esa extraña mezcla de columnas laterales dóricas, jónicas las de abajo, construidas primero; y corintias en lo alto.

Contuvo el aliento con un suspiro triste. Otra vez volvía a sentir una inexplicable felicidad, aunque mezclada con cierta tristeza, y no sabía muy bien por qué. Todos estos largos años, pensó, fatigado a pesar de la alegría que lo embargaba. La memoria lo había engañado en una cosa, reflexionó, la casa era grande, mucho más grande de lo que recordaba. Todas estas viejas mansiones eran muy grandes. En aquel preciso instante, todo parecía hecho a escala inconcebible.

Sin embargo, al mismo tiempo, sentía una proximidad viva y palpitante: el suave follaje salvaje que se extendía detrás de la verja oxidada se mezclaba con la oscuridad, el canto de las cigarras y las densas sombras debajo de los árboles.”

Tomado de la edición impresa de la obra, p. 272. Ediciones Byblos, 2005, Barcelona.

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[1] La palabra bruja es de origen incierto, pero al parecer se formó de la palabra broxa (latín), de la cual con el tiempo y los distintos trazos de los escribientes, devino en bruxa, para luego darnos bruja, que Salkedus hoy hace regresar al latín para inventar semejante término.

 

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