Musikalos

En el entierro de José Arcadio Buendía, sorprendido y triste…

Hace casi un año escribía yo, un jueves 21 de abril, en mi cuenta de Facebook: “Sorprendido y triste con la noticia del fallecimiento de Ítalo Silva. Se había ido a Macondo, junto con el entierro de José Arcadio Buendía… Y yo, sorprendido y triste.

Hoy les reitero lo que una vez escribí desde mi extraño estupor y mi sed de seguir leyendo con él la obra de GaboGabo y su Realismo Mágico de amores raros  Hoy en el aniversario de su ida a otras páginas, de otras vidas y otros rincones literarios y de café de letras… Con gusto extraño, con una evocación para él. Y para mis lectores, sus lectores.

Todo es macondesco, todo es Macondo

El sociólogo Ítalo Silva, profesor de la Escuela de Odontología y quien dirigió por mucho tiempo en la librería La Rama Dorada, en Mérida, un conversatorio sobre Gabriel García Márquez y sus obras, se dejó de cuentos y relatos y tomó su decisión, pospuesta reiteradamente por él, de no amilanarse para aprender de un solo tirón la lengua sánscrita, para de una vez por todas entrarle al mundo de los pergaminos, los girones de pergamino de los escritos fundantes del gitano Melquiades.

Hacia la casa caliza…

Fue, según me contaron en el velatorio, la noche seca del miércoles, cuando descifrando aquellos folios muy tostados por los años de duermevela, arribó definitivamente a la casa caliza blanca de sal, begonias y luz donde el gitano, gris verdoso de años y susurros; y García Márquez, tímido aún, recién habitante de la morada, lo aguardaban. Lo aguardaron desde siempre, mejor decir.

De tanto leerla llegó a Macondo

Un macondesco inicio en abril de 2016 para Ítalo quien al igual que ellos, sin dolor, sin pecho, sin corazón cardíaco ya, pero con uno etéreo, incorpóreo y sin latidos – sí, sin latidos, no son ya necesarios – inició su regreso a los corredores, cuartos y patios de macetas y flores de la Casa Primera, la del Macondo Que No Cesa. La Casa, la que de aromas de lluvia, paradójicamente, llena de luz permanece. Todo, de tanto leer a Cien Años de Soledad…

Lo paradójico es lo más común y cotidiano en Macondo. Para allá se fue. Es una realidad segunda. Es realismo mágico irreverente y divertido. No le apliquemos lógica. Lloremos gozando el hormigueo que nos sobrevino cuando supimos del viaje. Escuchemos el rumor de la lluvia, el de las hormigas ocultándose y mudando su cueva; y el rumor de él hojeando atrás y adelante los pergaminos, igual que el personaje final de Cien Años, para asegurarse de que ya no necesitaba mundo físico alguno.

Quería otro, detrás de Melquiades, metamorfoseado en último latido y primer encuentro con la metáfora antes inasible y ahora transustanciada en nueva vida, tropical, cálida, seca y húmeda, lluviosa y polvorienta, llena de pájaros y loros, oliendo al dulce de leche solariego y sonando a cumbia y a ese otro rítmico compás colombiano, el porro, que algunos confunden con otra cosa:

Esto dijo Gabo en el entierro de José Arcadio Buendía:

“El jueves compartió el dulce de leche con los centinelas y se puso la ropa limpia, que le quedaba estrecha, y los botines de charol” dijo García Márquez en una de sus páginas de su obra magna.

¿Hablaría de quién? Ya el jueves, dejándonos apenas, andaba en eso, compartiendo con los centinelas de La Casa, la Inicial, la Que Es y Solo Es. Y volvió a escribir García Márquez:  

“Era Cataure, el hermano de Visitación, que había abandonado la casa huyendo de la peste del insomnio, y de quien nunca se volvió a tener noticia. Visitación le preguntó por qué había vuelto, y él le contestó en su lengua solemne: -He venido al sepelio del rey. Entonces entraron al cuarto (de José Arcadio Buendía), lo sacudieron con todas sus fuerzas, le gritaron al oído, le pusieron un espejo frente a las fosas nasales, pero no pudieron despertarlo. Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas.

Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.”

Abrazos a todos Me despido de Ítalo… Me despido con este Musikalos de hoy, raro y entreverado, alegre y triste, osado y tímido, haciendo clic en el enlace para escuchar la canción, el vallenato Macondo, cuya letra es homenaje, también, a Gabriel García y a su Cien Años de Soledad.

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