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A sangre fría un criminal, a cálida y sinuosa tinta el autor…

Perry Smith, uno de los dos homicidas protagonistas de la célebre obra A Sangre Fría, de Truman Capote, se ha beneficiado de las buenas almas del condado de Finney, al ser llevado a una de las celdas de la pequeña prisión, en un anexo de la casa del sheriff Wendle Meier, donde recibió alguna atención y la piedad de la gentil y dulce señora Josephine, esposa del sheriff.

Mientras aguardaba a ser llevado a una de las prisiones de Kansas, la de Lansing, antes de ser ejecutado, permaneció en un mundo abiertamente contrastante con su vida sórdida y violenta de orfelinatos, callejas de siempre, peleas con su padre, robos, entradas y salidas de prisión, casi lo de siempre.

En efecto, siendo considerado asesino en masa, matando a sangre fría a los cuatro miembros de una familia de Kansas y sin causa ninguna aparente, resultan inmerecidos se diría, los momentos que pasa, solo en una celda limpia y ventilada, recibiendo el buen trato de aquella señora. Y todo, en esa atmósfera que logra dar el autor a su escrito impecable.

Disfrutemos la pluma abigarrada de Truman Capote, les invito a un breve fragmento mientras se hacen con el libro completo el cual se encuentra fácilmente en la WEB bajo PDF:

“Pasó un mes y otro con nevadas casi a diario. La nieve blanqueó el paisaje color trigo, se acumuló en las calles de la ciudad, las silenció.

Las ramas más altas de un olmo cargado de nieve rozaban la ventana de la celda de mujeres. En el árbol vivían ardillas y después de haberse pasado semanas tentándolas con los restos de su desayuno, Perry logró atraer a una ellas que pasó de la rama al alféizar de la ventana y de allí al otro lado de los barrotes. Era una ardilla macho de pelaje rojizo. Le puso por nombre Red y Red pronto se instaló en la celda, satisfecho al parecer de compartir la cautividad de su amigo. Perry le enseñó varios trucos: a jugar con una pelota de papel, a pedir, a treparse en su hombro. Todo eso le ayudaba a pasar el tiempo, pero al preso le quedaban aún muchas horas libres. No le permitían leer periódicos, y las revistas que la señora Meier le prestaba lo aburrían: números atrasados de Good housekeeping y de McCall. Pero encontró cosas que hacer: limarse las uñas con un pedacito de papel de lija, pulirlas hasta darle un brillo rosa y sedoso, peinarse y volver a peinarse el pelo perfumado y empapado en loción, cepillarse los dientes tres y cuatro veces al día, afeitarse y ducharse, casi con la misma frecuencia. Y mantenía la celda, que contenía un retrete, una pila de ducha, un catre, una silla y una mesa, tan pulcra como su persona. Estaba orgulloso del cumplido que la señora Meier le dedicó.

-¡Hay que ver! -había dicho señalando su catre-. ¡Hay que ver esa manta! Se podrían botar monedas.

Pero era en la mesa donde pasaba la mayor parte de sus horas. Allí comía, era allí donde se sentaba a hacer croquis y bocetos de Red, a dibujar flores, el rostro de Jesús y rostros y torsos de mujeres imaginarias y allí también donde, en papel rayado barato, hacía anotaciones, a modo de diario, de los acontecimientos, día a día.”

Por cierto, el homicidio múltiple narrado en la obra fue un hecho real, ocurrido en noviembre de 1959 en el pueblo de Holcomb, en el estado de Kansas, en EEUU. Y los homicidas, reales; con el mismo nombre con que aparecen en las líneas del autor. Y el más frío de ellos, Perry Smith, conoció a Capote durante el trabajo de investigación hecho por éste para su cuasi-novela.  De allí el autor haya entendido su relato, no tanto como novela sino como crónica, al punto de decir haber creado el género non-fiction novel.

Queden atrapados en la gran casa rural de los Clutter, sin mirar los cuatro cuerpos allí tendidos por supuesto, pero siguiendo las preguntas que el sheriff se hizo mientras trataba de resolver ese caso, lamentablemente muy real y no tan insólito.

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