Dos mujeres en Praga es el título de otra de las novelas del escritor español Juan José Millás, de quien ya en Salkedus habíamos hecho una reseña. El entramado de Dos mujeres en Praga fue tejido por su autor sobre la base de las casualidades. Esto da lugar a vidas supuestas, imaginadas por los protagonistas y finalmente, narradas como si…; exacto, usted lo ha dicho, como si hubiesen ocurrido.
Otra interesante entrada, con otra obra del gran autor es: https://salkedus.com/el-sorprendente-orden-alfabetico-de-juan-jose-millas/
Semejante tejido de vidas que son ‘no-vidas’ y de suposiciones se funde y se confunde en diversos encuentros entre los personajes, obligando al lector a echar hacia atrás en sus páginas, para completar las sorpresivas casualidades que hacen la historia.
Todo comienza con Luz Acaso, quien buscando hacer una autobiografía acude a una editorial para obtener ayuda o asesoría al respecto. Allí se encuentra con Álvaro Abril, encargado de atender su solicitud. Entonces es cuando una tímida y dubitativa mujer comienza a narrarle parte de su vida. Resultando que lo narrado encaja — tal vez no — con piezas de la vida del atento Álvaro. “En el instante en el que Luz Acaso y Álvaro Abril se conocieron, sus vidas se enredaron como dos cordeles dentro de un bolsillo.” Y así comienza todo.
Realidad ficticia
Porque dentro de la entrevista ella había dicho: Es que me he quedado viuda.
“—Es que me he quedado viuda.” Pero no. No era tal, ¡ni siquiera había estado casada! Pero Luz había decidido dar ignición a su imaginación, creando todo aquello de la ‘realidad ficticia’, de la que Juan José Millás se sirve para deshilvanar e hilvanar el enredo que ha formado. Increíble, una realidad ficticia. Es cuando comienza a hacerse la trama, porque además, otros personajes — no solamente ellos —, acuden a tejer y a destejer la red, con sus vidas, lejanas y cercanas. Así adquieren la misma talla que Álvaro y que Luz, dentro del hilo de Ariadna que tiene la novela.
Otro hilo, el Hilo de Ariadna, que permitió a Odiseo salir de un laberinto, pueden seguirlo en: https://es.wikipedia.org/wiki/Ariadna
Es hora entonces de que el lector, si es su deseo, usando su imaginación (de la cual como lector avezado no estará falto) conecte las historias de los personajes para recrear su realidad ficticia, adicional a la que Millás le entrega, bien enmadejada, por cierto.
Pero eso no es todo. La bola de hilos sin orden — pero con mucho concierto artístico por parte del autor — tiene otro asunto: que el señor Álvaro Abril tiene entre ceja y ceja la idea de que es huérfano. Y anda empeñado en hallar a su madre biológica, a quien nunca conoció. El cordel se enreda cuando se le ocurre pensar en que su madre no es otra que quien está sentada frente a él, narrando su vida; la de ella, es decir.
Una viuda y un huérfano
Adicionalmente y en otro tramo de la trama, Álvaro llama a una mujer que se anuncia en un periódico como dama de compañía, solicitando su servicio, pero en su casa. Ella llega y la imaginación de éste aflora. La mujer le anuncia que es viuda. ¿Y si esta mujer es…?, se pregunta. Lean que en ese momento:
“Todo era opaco, en fin, pero había en esa opacidad algo más terrorífico que en la transparencia fantasmagórica anterior. Esto es porque he atravesado la frontera de algo, se dijo, he dado un paso al frente y ahora me encuentro en un lugar distinto…” (dice Álvaro en página 22 de la edición en PDF).
O sea, dos mujeres en Praga; ¿o una mujer y un hombre, en esa ciudad? ¡Averiguad!
No dejen de leer toda esta tejida y destejida historia de personajes que van calzando unos con otros mientras el ovillo se desenreda. Nuestra convicción es la de que les enredará… ¡Disculpen!, les encantará. No obstante, les adelantamos algo aquí, el momento en que esta viuda (¿?) y Álvaro se encuentran:
“—¿Quieres que nos duchemos juntos?
—No, quiero que te duches tú sola, mientras yo te miro.
—¿No serás un psicópata, muchacho?
—No —dijo él enrojeciendo.
—¿Entonces por qué quieres que me duche yo sola mientras tú me miras?
—Porque de pequeño me escondía en un cesto de mimbre para la ropa sucia que había en el cuarto de baño de casa y veía a mi madre (la adoptiva, se entiende) ducharse.
—¿La veías ducharse mientras olías sus bragas sucias?
—A veces, sí.
—Pobre niño huérfano —dijo la viuda madura atrayendo a Álvaro hacia sí.
—Vamos al cuarto de baño —dijo él. —De acuerdo, cariño, pero antes deja el dinero en esta mesa, pisado por este jarrón. No me lo voy a guardar hasta que no acabemos, pero me gusta verlo.” (p 23).
El resto de la «intratrama» lo ponen ustedes…