AlPieDeLaLetra

La violencia de las horas

Estaba por ofrecerles algo del poeta grande del Perú, don César Vallejo, nacido en Santiago de Chuco (1892) y fallecido en París (1938). Sus a veces lúgubres versos, como este que les traigo – La Violencia de las Horas, así llamado – me refrenaban a ello.

Sombras, cómo las vio él…

Al fin sucedió que hojeando lomos, cubiertas, hojas e índices, aquí y allá en mi biblioteca, me he topado con las líneas a continuación, llenas de la más común de las sombras, la de la muerte – propia o ajena – siempre negada y arrastrada bajo la alfombra o puesta bajo el suelo tapizado de otoños.

No quise ignorarlas y mi deseo de dejarlas con ustedes se lo atribuí al azar; o a ese especie de vértigo, parecido al que se siente al estar sobre un risco, tentándonos con sus sensaciones; las de él; o las nuestras…

Salkedus, el blog del disfrute de las mejores letras les invita, les incita, se atreve a mirar, a mirar los versos de este breve poema, “La Violencia de las Horas”, detrás del cual,

Todos han muerto…

“Todos han muerto.

Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.

Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas,

respondiéndoles a todos, indistintamente:

“¡Buenos días, José! ¡Buenos días María!”

Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses,

que luego también murió, a los ocho días de la madre.

Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad,

en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de

oficio, la honrosísima mujer.

Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al

sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.

Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo

de no se sabe quién.

Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas,

de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.

Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi

hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género

triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.

Murió el músico Méndez, alto y muy borracho,

que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas,

a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio,

mucho antes de que el sol se fuese.

Murió mi eternidad y estoy velándola.”

De: Poemas Humanos, pp. 15 y 16 de la edición electrónica de Ediciones Laberinto, para  el Centro Peruano de Estudios Culturales, 2008.

Deja una respuesta