Anécdotas

Una extraña sensación ante…

 

https://encrypted-tbn3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRtwa9NxAGYO5Wn1JLRsIFUspxNJ5ZOF9I02mN-VMN-V20h76uOwg

Una extraña sensación, mixtura de nostalgia, alegría, término e inicio, distancia, de logro alcanzado, de soledad, de presencia, de satisfacción de misión cumplida, con algún monólogo interior, incluso onirismo de multitudes… Todo junto en simultánea presencia ante una expositora que nerviosa defendía su presa, su presa alcanzada después de su asecho, profesional e inicial ante las instituciones donde estuvo, no siempre dispuestas a dejarse atolondrar, a dejarse asesorar por una novata, probablemente dijeron alguna vez. Así tuve que sentirme yo cuando en la mañana del once de julio próximo pasado, escuchamos la exposición de quien tuve el gusto de asesorar como tutor académico en sus pasantías profesionales y en su informe final. Un trabajo de campo en la Escuela 24 de Julio, en Catia, Caracas, Venezuela, proponiendo y desarrollando un programa de “mediadores por la paz”, entre alumnos de los grados quinto y sexto. La realidad miró a la pasante fija y penetrantemente. Pero ella no se amilanó y siguió adelante ante la apatía de docentes, indiferencia de padres y representantes; y ese contexto conflictivo y vertiginoso complotando contra toda idea que pudiese significar cambio cualitativo o rompimiento de rutinas de inercia.

Los distinguidos profesores que constituyeron jurado se mostraron muy satisfechos con el trabajo y el resultado aprobatorio con alta calificación se había perfilado ya.

Y yo, en medio de la satisfacción que aquel trabajo me causó desde su inicio, desde la calidad de la estudiante, simultáneamente dirigiéndome al tiempo le preguntaba: ¿a qué horas transcurriste? ¿No vi el reloj por cuánto tiempo? Y no era tanto por la finalización del exitoso proceso, sino porque en ese día yo no quería decir ni pensar: “mi última tesis como tutor”; y sin embargo la idea, ronroneando como un gato adulto entre cojines, zumbando, como abejorro entre tablones descompuestos, insistente se hacía presente una y otra vez. No me dejé y blandiendo la frase de que ‘nunca debemos decir: mi última…’ respecto a nada, casi pude disolver tan escuálido espantajo. Pero volvió cuando en su refuerzo y ante mí acudió el recuerdo de que mi primera tesista fue Kanara Pérez, de quien fui tutor hacia finales de los noventa.

Me calmo y pienso también que son cosas para dejarlas pasar, pues todo término no es más que el comienzo de algo nuevo. ¿La serpiente que se muerde la cola? ¿El eterno retorno de lo idéntico? ¿Volver a empezar? No lo sé pero exploré algunas respuestas ese día en su suma de momentos, plenos de fuerza en sus movimientos centrípetos e independientes. Cada pensamiento, gobernándose por sí, llamaba a su endriago, cual rockola filósofa (vaya oxímoron, vaya disparate y peor símil). Entonces digo de una buena vez, para terminar estas breves líneas provocadas por el evento, digo entonces, para volver a empezar:

Aquel joven profesor instructor que fui para Kanara, se encontró ese once de julio con este joven profesor titular que fui siendo para Rosmary.

Deja una respuesta