AlPieDeLaLetra

Recuerdos para Umberto Eco

Desde mi rincón me atrevo a proferir estas escasas palabras como mi recuerdo a quien fuera uno de los pensadores más brillantes y atrevidos de este tiempo. Me refiero a Umberto Eco, escritor, filósofo, ensayista y justo crítico nacido en Alessandria, Italia, en 1932 y recientemente fallecido en Milán este diecinueve de febrero. Y desde mi blog y su enlace AlPieDeLaLetra, no puedo sino citar su obra más conocida, El Nombre de la Rosa, desprejuiciada novela enmarcada en la vida en un monasterio o abadía de la Italia medieval, provista dicha abadía de una suntuosa biblioteca. Fue llevada al cine aprovechando la historia de amor prohibido y hereje de uno de los jóvenes monjes con una bella joven de la comarca, que Eco cuenta como excusa para desarrollar la trama. Sin duda es un gran libro, no quedándose a la saga su versión cinematográfica por cierto. Entonces no tengo otra sino citar un fragmento, siguiendo la filosofía de mi página. Disfrútenlo así:

 

“…El manto era de color púrpura, y en la mano sostenía una copa de oro cuajada de diamantes, y, no sé cómo, supe que la copa contenía un ungüento mortal robado en cierta ocasión a Severino. Detrás de aquella mujer, bella como la aurora, venían otras figuras femeninas, una vestida con un manto blanco bordado, sobre un traje oscuro con una doble estola de oro cuyos adornos figuraban florecillas silvestres; la segunda tenía un manto de damasco amarillo, sobre un traje rosa pálido sembrado de hojas verdes y con dos grandes recuadros bordados en forma de laberinto pardo; y la tercera tenía el manto rojo y el traje de color esmeralda, lleno de animalillos rojos, y en sus manos llevaba una estola blanca bordada; y de las otras no observé los trajes, porque intentaba descubrir quiénes eran todas esas mujeres que acompañaban a la muchacha, cuya apariencia hacía pensar por momentos en la Virgen María. Y como si cada una llevase en la mano una tarjeta con su nombre, o como si ésta le saliese de la boca, supe que eran Ruth, Sara, Susana y otras mujeres que mencionan las escrituras.”

Les reitero: Cada libro por nosotros aguarda. No lo dejemos allí, plantado.

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