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AlPieDeLaLetra

La existencia es un fluir fugaz de instantes…

La realidad como lo percibido de instante en instante y no como lo que existe estático. La realidad como lo que mora en mí. La realidad como una sonata de recuerdos yendo y viniendo, responsables de todo cambio y no dejando de la vida sino un sabor de destellos mentales entrecruzándose hasta el infinito. La existencia es un fluir fugaz de instantes…

Marcel Proust, (1871-1922) el escritor, tal vez sin pretender el más mínimo vínculo con la postura filosófica llamada fenomenología, nos presenta en medio de su tinta poética, su perspectiva, en virtud de la cual la existencia es un fluir fugaz de instantes que solo llega a estabilizarse en el recuerdo.

La compleja perspectiva de la fenomenología, una filosofía que pasó a algunos estudios sociológicos, puede verse en: http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1011-22512011000200002

Desde una magdalena

Boquiabiertos nos dejó una vez con su escena del recuerdo de la magdalena, haciendo tangible a nosotros un centellante minuto, cuando un bocado en su paladar lo había arrastrado hacia otro lugar en otro momento, contando nosotros con la fortuna de poseer su verbo descriptivo y profundo para vivirla también.

Véase nuestra entrega: ¿Dónde están los recuerdos?

Ahora más hondo todavía y después de recordar la fugacidad e insignificancia de la belleza física de dos personajes femeninos que describe, hace nacer de su delicada mano aquello de que: “La realidad que yo conocí ya no existe.” O sea, lo visto por nosotros, lo percibido, al momento de tenerlo consciente, como percepción, ya no es; ya ha dejado de ser, para quedar por siempre archivado en los “no-seres” del recuerdo.

Lo importante en esto es el adverbio ‘ya’ que como ven he resaltado y cuya significación condena lo contemplado a una terrible fugacidad, similar a la que hallaríamos si nos diéramos a la tarea de contar el tiempo en que se llena una cuba. Y mientras tanto midiéramos su contenido para percatarnos de que con cada gota ya no es la misma agua ni igual su cantidad.

Desde una llanta

Como si pudiéramos observar a simple vista, el desgaste sufrido por las llantas de un automóvil, por ejemplo. Y pudiésemos calcular qué tanto menos de grosor tendría su material con cada vuelta dada y con cada hora y cada minuto de uso transcurridos. Vemos la llanta cuando ya por su estado de desgaste nos resulta inservible. Pero el desgaste no ocurrió en un instante, sino en muchos, uno tras otro sucesivamente, en una suma casi infinita de ellos y acabando con el material físico de que está hecha la pieza.

Y con la llanta, todo lo demás, nosotros inclusive. Es el vértigo de la existencia, del cual huimos con el expediente más simple: ignorándolo todo. Miremos un instante desde una de las ventanas del gran escritor. Miremos no. Leamos:

La memoria no está en el bosque

“El sol se había puesto. La Naturaleza tornaba a señorearse del Bosque, y huyó volando la idea de que era el Jardín Elíseo de la mujer; por encima del molino falso había un cielo gris de verdad; el viento rizaba el lago grande con onditas pequeñas, como un lago de veras; grandes pájaros cruzaban por encima del bosque,  lanzando chillidos penetrantes y se posaban uno tras otro en los robles añosos, que con su druídica corona y su majestad doderreana, parecían pregonar el inhumano vacío de la selva sin empleo, y me ayudaban a comprender la contradicción que hay en buscar en la realidad los cuadros de la memoria, porque siempre les faltaría ese encanto que tiene el recuerdo y todo lo que no se percibe por los sentidos.

La realidad que yo conocí ya no existía. Bastaba con que la señora de Swann no llegara exactamente igual que antes, y en el mismo momento que entonces, para que la Avenida fuera otra cosa.

Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad. Y no eran más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida de entonces; el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugitivos como los años.”

Marcel Proust: Por el camino de Swann, II, pp. 449-450 de edición impresa de la Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1982.

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