Antes del fin, de este fin, parafraseando a Sábato. Me refiero al fin o término de algo, en este caso el fin de algún régimen político que sin escrúpulos prefiere sangre que votos y urde una orgía de inhumanidad sobre sus ciudadanos, aun incluso sobre sus más acérrimos partidarios. Mantener la esperanza de un lugar mejor; o menos malo, uno siempre busca o desea el mal menor, en medio de la perplejidad de saber y temer un enorme y contundente parecido al pasado de otros países…
Decía parafrasear a Ernesto Sábato, argentino de todo un siglo, escritor nacido en la ciudad de Rojas, en la provincia de Buenos Aires el 24 de junio de 1911 y fallecido en Santos Lugares, misma provincia, en 2011. O sea, su vida de 100 años recorrió casi todo el siglo XX y se dio el lujo de poder vivir en el XXI.
Me identifico con él en cuanto a su existencialismo, esa forma de ejercer la libertad histórica de los humanos. Y con él, perdón, como él, me gustaría llegarme lúcido, como él, hasta unos cien años. También, claro, por qué no. Pero con lucidez. No importa que no luzca, pero con lucidez.
Pero la perplejidad no me viene de su longevidad, aunque sí, pensándolo bien, pero en menor cuantía al lado de la que se siente al leer algunas de las líneas de su ensayo llamado Antes del Fin. Un sabor de identificación, al extremo de poder sustituir u omitir algún nombre aparecido y algunas fechas, y quedar leyendo líneas acerca del gobierno en cuestión. Pero ¿cuál gobierno, si el fragmento a continuación citado puede referirse a muchos lugares del subcontinente llamado Latinoamérica, en distintas épocas? He allí la perplejidad hasta el desánimo. ¿Pueblos de poco avance? ¿Se ha de ‘avanzar’ siempre? ¿Y si la historia es un círculo? ¿Y si todo es como el movimiento hipnótico de un péndulo? ¿Sociedades abortadas o sin crecimiento, bajo la lucidez del gran Arnold Toynbee? Todavía se regresa al siglo XIX y puede toparse uno con historias parecidas, buscando, tratando constituyentes y Constituciones. ¿Y hoy, a estas alturas? No sé nada…
No sé nada. Ayúdense ustedes tomando la mano de Sábato y léanse el fragmento de la entrega de hoy. Va por cuenta del gran ensayista y novelista, por cierto también físico graduado. No era ningún cogido a lazo. Ningún dedo lo hizo ser lo que fue, lo que es. Aquí voy:
“En los años que precedieron al golpe de Estado de (…), hubo actos de terrorismo que ninguna comunidad civilizada podría tolerar. Invocando esos hechos, criminales de la más baja especie, representantes de fuerzas demoníacas, desataron un terrorismo infinitamente peor, porque se ejerció con el poderío e impunidad que permite el Estado absoluto, iniciándose una caza de brujas que no sólo pagaron los terroristas, sino miles y miles de inocentes.
Cuando el país amaneció de esa pesadilla, el presidente (…), en su condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas, ordenó a los tribunales militares enjuiciar a los culpables de ese histórico horror. Luego, como estatuye la Constitución, el fuero civil daría la última palabra. Finalmente se nombró una comisión de civiles que, a través de una investigación paralela, aportó pruebas a la labor de los tribunales.
El horror que día a día íbamos descubriendo, dejó a todos los que integramos la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, a la cual perteneció el escritor y quien la presidía), la oscura sensación de que ninguno volvería a ser el mismo, como suele ocurrir cuando se desciende a los infiernos. Siempre recordaré la entereza ética y espiritual de las personalidades de la ciencia, la filosofía, varias religiones y el periodismo, que integraron la comisión.”
¿A qué país y a qué momento histórico corresponde el fragmento citado?
¿A cualquiera de los países de América Latina?
Cita tomada de edición de Editorial Planeta Colombiana (Seix Barral),
Santa Fe de Bogotá, 2001, pp. 130, 131. Paréntesis nuestro.