Muy a propósito para los momentos, hurgando en uno de mis novelas preferidas, Cien Años de Soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, me he puesto a pensar en una de las pestes o enfermedades generalizadas a las que en cuarentena también, se enfrentaron sus numerosos personajes: la peste del olvido, la de los pájaros muertos, la lluvia que duró cuatro años; o la peste del insomnio, a la que nos referimos en esta entrega.
¿Coronavirus en literatura?
Aunque Coronavirus nada tiene que ver con la falta de sueño, no obstante Salkedus quiere resaltar ciertas similitudes halladas en esta nuestra relectura de cuarentena, pues aunque las dificultades y peligros a los que nos enfrentamos son de tenerles mucho cuidado, al mismo tiempo, al igual que la mayoría, sostenemos que es importante también, buscando la creatividad, intentar algo de sosiego merced a la gran literatura del mundo, siempre gracias a los medios electrónicos.
Así pues, Salkedus invita a leer, no solo los fragmentos seleccionados, sino también la novela completa, fácilmente disponible en PDF tecleando cualquier barra buscadora. Lean y comenten:
“… y entonces vio a Rebeca en el mecedor, chupándose el dedo y con los ojos alumbrados como los de un gato en la oscuridad. Pasmada de terror, atribulada por la fatalidad de su destino, Visitación reconoció en esos ojos los síntomas de la enfermedad cuya amenaza los había obligado, a ella y a su hermano, a desterrarse para siempre de un reino milenario en el cual eran príncipes. Era la peste del insomnio.” (…)
Para que el flagelo no se propague…
«Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como se quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaba sano.
No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas de insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.”