Célide, para muchos, la tía Célideth, sin importar la ortografía del nombre. Los gratos recuerdos me ayudan a verla allí, tendida, descansando de sus largos fragores, ochenta y tantos años después. No la venció nada, ni nadie. Y a nadie perjudicó. Por sus manos, su trato y su gran cariño habían pasado todos sus hermanos. Ella tuvo la fuerza para verlos partir antes. Y la dicha de tenerlos por tantos años.
Y hoy llegó ella, por fin, entre sus olvidos, que la protegían, poniendo fin a sus últimas dolencias. Luchó y cumplió con todo. Podía irse tranquilamente. Y sus hijos, tristes pero satisfechos, vieron que sí. Y que era necesario.
Nítida la percibo…
Nosotros seguimos, dando vueltas a las hojas de nuestro propio libro. Y es entonces cuando yo la miro, en ese hojeo, atrás y adelante, pero no la miro a ella. Yo no puedo. Ya no se puede. Queda algo, pero que no es ella. Viéndola allí, me veo en sus momentos, algunos muy difíciles, pero la mayoría gratos. Estoy en Caracas, Venezuela, la de mi infancia. O en Ejido, estado Mérida que fue su lar. Percibo de nuevo el aroma de sus manos, siempre hacendosas, percibo el cascabeleo de su risa, sus voces, cuando regañaba a sus hijos, allá lejos, en la niñez. Nítido me viene el sabor de sus hayacas, pequeñas y de masa color pálido, como las hizo siempre, imitando a Esther, su mamá.
¿Tú estás bien, seguro que estás bien?, me dijo una vez, con insistencia. Yo le dije que sí, pero no era verdad. Y ella, mujer y madre, lo sabía, y se empeñó en que yo comiera. Es que a mí me dolía la cabeza, por no comer. Me solía pasar, pero yo por no dejar de jugar, o para no dejar de ir al paseo…
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Cantos, bailes y su casa
Con ella aprendí algunos trucos de baile. Es que desde niño a mí me gustó bailar. «De oriente venimos«, Jesús Manuel, «De oriente venimos», me decía, insistiendo, cuando ante la familia reunida, nos poníamos a cantar. Ése era, o es, un aguinaldo que cantábamos cuando jóvenes, imitando a algún grupo profesional.
Desde sus pasos libres con los que contó, hubo de pasar, qué lástima, por el quirófano varias veces, viéndose obligada a las muletas, al bastón, a la andadera, a la silla… Pero sin ser vencida nunca. Siempre siguió, muy servicial, por cierto, hospitalaria y atenta como quien más.
Su casa fue mi casa, en cualquier lugar. Nuestra niñez, la de los cuatro primos, especialmente, fue de lujo, allá en la Caracas a la que ya no podemos volver. Ellos, sus dos hijos. Y nosotros, los otros dos niños -un hermano y una hermana – con ella y con nuestra propia madre, jugando y peleando… ¡Oh, niñez, oh recuerdos, o porvenir!
Salud a todos. Célide la tía Célide que está muy lejos, ya lo tiene todo.
Acerca de la ciudad de Caracas, la literatura es abundantísima. pueden leer: https://matadornetwork.com/es/cosas-sobre-caracas-que-probablemente-no-sabias/
La foto que acompaña esta entrada es del Centro Simón Bolívar, Caracas, Venezuela.