La obra perfecta de Peter Tchaikovski, Danza de las Hadas de Azúcar. Su solo título, al asociarse con una bailarina, nos permite evocar turrones y confites. Dulces gránulos robados en nuestra infancia y vueltos notas de saltitos y curvas suaves. Todo merece los mayores elogios de Salkedus y de quien en un marco de mínimas estéticas y calmas, se atreva a mirar el mundo infinito de la música, el mundo de Euterpe . Algodones de azúcar no sé si suenan o edulcoran un goce tranquilo y relajado. La tensión de los músculos se aleja para abandonarnos en medio de giros de ensueño y miel. No se puede sino verla y…